Es un hecho incontrovertible que día a día es menor el tiempo que los padres y las madres pasan con sus hijos, y que día a día es menor la influencia de los padres y de las madres sobre sus hijos. También, día a día es mayor la necesidad que los hijos tienen de sus padres.
Todas las ofertas educativas que los niños tienen hoy, lo mismo que todos los recursos para el uso de su tiempo libre, además de las ocupaciones de sus padres, producen un cambio muy significativo en la cantidad de tiempo que se comparte con los hijos. En consecuencia, la influencia de los padres sobre sus niños también se reduce significativamente.
La educación la ejercen cada vez más agentes, y termina siendo el resultado de múltiples experiencias que difícilmente podemos valorar. Educa la institución en la que estudian, los familiares con quienes se tienen que quedar frecuentemente, los compañeros de clase, los amigos, las personas que se encuentran en las academias o clubes o cursos de vacaciones, los padres de sus amigos cuando van a sus casas, las empleadas del servicio… mucha gente con la que los niños comparten, además de sus padres.
Cada vez con mayor frecuencia los padres se hacen la pregunta del título que me transmite una lectora, y seguramente se seguirá haciendo más crítica esa situación con el paso del tiempo. Pero esto no es una catástrofe. Más bien, implica la posibilidad y la necesidad de que los padres y las madres presten más atención al tiempo que pueden pasar con sus hijos para que éste sea más productivo, mejor aprovechado, más sentido, más comprometido.
No se trata de “ponerse al día” en cada encuentro, y dedicarse a forzar las cosas para que quepan muchas en poco tiempo. Deben seguir siendo encuentros naturales, espontáneos pero valiosos. Que ustedes sientan que se viven de manera rica y entusiasta, que el afecto tiene un lugar destacado.
Recuerden que siempre su influencia, por poca que sea, es altamente significativa para sus hijos. Y significativa quiere decir que puede ser muy edificante o muy perniciosa. Depende de lo que ustedes elijan para compartir con ellos.
Los interminables discursos y las recomendaciones y las amenazas y todo ese tipo de comportamientos que los aburren o los asustan (cada vez menos) resultan una forma de calmar la conciencia, pero son muy poco eficaces. Compartir con alegría, y generar momentos de disfrute y buena sintonía emocional, sí que terminan siendo experiencias inolvidables.
Tengan presente que todas las vivencias que sus hijos tengan con otras personas llevan como telón de fondo lo que han aprendido y experimentado en su casa, con ustedes. Ese es el filtro con el que procesan toda nueva experiencia. Si lo vivido con sus padres es positivo y valioso, hasta cuando ustedes no están con ellos, los siguen educando, porque miran las cosas con la perspectiva que han aprendido a su lado.
Así que no se preocupen ni se asusten. Muy bueno que aprendan muchas cosas distintas a las que ustedes les han brindado. Lo importante es que lo aprenden sobre los cimientos que ustedes han logrado construir desde su hogar. Cimientos ojalá bien fuertes y sanos.
Diálogo con los lectores
Yo quiero acariciar a mi hijo, pero él ya no se deja. Dice que tiene 10 años, y que no quiere que lo trate como a un bebé ¿está bien que reaccione de esa manera? Lucy T.
Parece que él percibe una discrepancia entre las caricias que usted le quiere hacer, y la edad que él tiene. Quizás usted lo quiere acariciar como a un bebé, como dice. Las caricias no son para todas las horas, ni las mismas para todos los niños. Es necesario que usted identifique cuál es el acercamiento físico que él permite hoy, que puede sentir que corresponde a su edad. Eso no quiere decir que no le gusten las caricias. Jorge Alba .