Reconciliarse puede ser el final de un duro camino.

No hay garantía de que se logre, pero en todo caso, la reconciliación no tiene que ser el primer paso después de una separación o de una pelea; debería ser, más bien, el último.  Si se la emprende sin haber decantado los dolores y los resentimientos, seguramente no durará mucho.

Después de haber pasado por una situación crítica en la que se pudieron cruzar agravios, descalificaciones, ofensas y demás malos tratos, la reconciliación llega como un anhelado bálsamo, y se puede asumir así, sin más ni más.  Pocas cosas tan hermosas como pasar de la discordia o la indiferencia al reencuentro.

Se corre, no obstante, el riesgo de tapar y negar las emociones negativas que hasta muy poco tiempo atrás aún hacían hervir la sangre.  Esto es frecuente y muy dañino.  Todo lo que se guarda sin digerirse después se atraganta y sirve de base para un nuevo distanciamiento en el momento menos esperado.

No se trata de quedarse rumiando amargamente lo ocurrido; de esa forma seguro que no se llega al buen camino.  Más bien es cuestión de mirar sin apasionamiento los episodios que dieron lugar al enojo, y tratar de encontrar las razones que pudieron llevarlo a cada uno a actuar de manera inadecuada.

Sin pasión, sin recelo, con el corazón y la cabeza orientados al propósito de encontrar otras formas de actuar o responder a los comportamientos del otro.  Recuerde que es muy difícil que siempre el otro tenga la responsabilidad.  Con certeza usted puso una buena dosis de algo negativo para que todo explotara.  Mírese sin lastimarse, y mire lo que la otra persona hizo, sin juzgarla ni otorgarle malas intenciones.

Ahora limpie el terreno tomándose un tiempo para verse a sí mismo como capaz de actuar mejor, y empiece a buscar en usted la confianza que necesita sentir hacia la otra persona.  En otras palabras, busque honestamente la forma de perdonarla.  No desde una posición arrogante o displicente, sino a partir de una actitud serena y convencida de su capacidad de entender y acompañar a esa persona que es para usted tan importante, en el camino hacia la reconciliación.

Reconciliarse es, antes que nada, una vivencia para sentir y para creer íntimamente, de tal modo que cuando se ponga en juego ya tenga buenos cimientos en usted.  De ahí en más, todo será más fácil, porque tendrá fuerzas y convicción suficientes para aguantar los embates con que el dolor y la ofensa cercanos tratarán de desequilibrar el nuevo intento de unión.

Digamos que no es un logro inmediato ni sencillo, pero conociendo el camino, y si tiene presente que las reconciliaciones no se generan exigiendo cambios al otro, sino ofreciendo actitudes abiertas y honestas orientadas al cambio, va a lograr resultados satisfactorios para la situación de hoy y para su vida toda, porque no habrá sido la primera vez, y con toda seguridad, no será la última en que ha perdido por unos días la armonía con esa persona que tanto quiere.

Reconciliarse con el otro puede ser fácil o difícil.  Depende mucho de qué tanto se reconcilie con usted mismo y con la vida, antes que nada.

Los demás, a quienes usted ama o estima, lo verá muy pronto, no son un problema, sino un buen puente para aprender a vivir mejor.


Diálogo con los lectores

No puedo creer que no quiera volver conmigo después de todo lo que he hecho por ella durante tanto tiempo. R.  Quintana

Lo que uno hace por otro puede ser devuelto con gratitud, pero no necesariamente con amor.  Los sentimientos pueden tomar en cuenta la justicia, pero no dependen de ella.  Sentir algo por otra persona no siempre tiene explicación.  Ser generosos, ayuda, pero hacer sentir amor depende más de su alegría, de su entrega, de la celebración de los logros de ella, de que se sienta valiosa al lado suyo… y de tantas y tantas cosas más. Jorge Alba.

Deja un comentario